jueves, 31 de marzo de 2011

Hypnos y Thánatos [Fucking Pure Abstraction]


Subió las escaleras con paso cansino. Sujetó con eterna espera el pomo de la puerta con su mano derecha, decidiéndose entre el deseo de encontrarla sentada junto a la ventana como gustaba hacer, y la misma cantidad de miedo a no encontrarla entre las frías y ordenadas estanterías de ese ático, su ático. Tomó fuerza, y en un inacabado y eterno proceso, sufrió la decepción que hacía semanas le castigaba al recordar, quizá saber, pues su mente padecía ahora de un reinicio diario, que la mujer que amaba no respiraba entre aquellas inútiles paredes que nada sostenían. De hecho, no respiraba en ningún lugar.

Avanzó un par de pasos que de poder ser leídos, habrían explicado con suma precisión las palabras que el alma no era capaz de escupir de ninguna otra forma. Al menos, hasta ahora, su silencio no había sido uno de esos silencios en los que se sumen las personas castigadas por la vida por el mero hecho de no tener nada útil que decir. No. Su silencio era el silencio de quien no podía, aunque sí quería, dar vida física a aquel vaivén de destrucción que le inundaba desde que ella se fue.

Pero nada dura para siempre, ni siquiera los silencios. De alguna forma, desde aquellos dos rutinarios pero especiales dos pasos que dió, él sabía que aquella máquina de escribir le estaba mirando. Por primera vez desde su muerte, la que hasta ahora había sido su segundo amor, su máquina de escribir, le estaba rogando por favor que la escuchase. Que la amase, que escribiese.

Se sentó, seguro de que la razón de haber postergado este momento no había sido pura casualidad sino causalidad, algo o alguien había querido que enfriase su alma. Quizá para soportar la carga que soponía tal cosa.
Escribió. Escribió sin pedir permiso al alma y lloró sin lágrimas, como hacen los buenos escritores, todo el insoportable peso de aquellas semanas, aquellos días, aquellos minutos. Escribió sobre lo que creyó ser un día, alguien fuerte e independiente del resto del mundo. Alguien con sueños. Nueva York, Barcelona, Madrid, Los Ángeles. Todo retumbaba en sus dedos como escenarios que si bien seguían esperándole, jamás serían admirados por él. Lloró por aquellos libros que jamás escribiría, y que nadie leería, ni siquiera esa amiga suya que tanto le animaba. Lloró por su mejor amigo. Escribió porque se deshacía en pedazos sin vuelta atrás. Por todo el abandono al que había sumido al mundo, y al que el mundo lo había sumido a antojo de venganza.

Cuando acabó, y sin apenas sentir el tránsito entre la vida y la fantasía, dormía como quien duerme por primera vez en la vida. Cuando despertó, cada palabra que hubiese dibujado la noche anterior, se antojaba desordenada dentro de unas hojas que gritaban ser destruidas. Ya lo había escrito. Ya se lo haría llegar. Tomó el coche y se dirigió al pueblo que construyó a aquel chico lleno de motivaciones. Tan pronto asomaba el horizonte, un mar que desafiaba la cercanía entre dos continentes tan hermosos, sonrió inevitablemente. Ni siquiera reparó en visitar a sus padres, quizá el más castigable de los abandonos. Fue directo a la playa, corrían las 6. Allí, se deshizó de cada página, asegurándose de que el mar las alejase de él lo suficiente para olvidar cada sílaba. Sabía que no lo haría. Justo al atardecer, el cielo cobró un color Ámbar, que devolvió su recuerdo a su mente con ironía, como si hubiese dejado de recordarla en algún momento.

Dicen que Tánatos, la muerte suave y silenciosa, era el objeto de envidias de su hermano pequeño, Hipnos, el sueño. Quizá por ello, envidia, tal vez para protegernos de él, Hipnos a veces nos visita para evitar que Tánatos haga honra de su presencia en nuestras vidas. Porque dormir no es lo mismo que morir. De algunos lugares se vuelve, de otros no. Hipnos se fue, y quedó la realidad. No hubo ninguna muerte, ni dolor, ni abandono. No hubo máquina de escribir, ni siquiera hubo ático. Todo fue un juego de Hipnos proyectado en un cerebro que jamás olvidaría la vida que en sueños casi rozó, pero le fue arrebatada en el mismo. Ahora recordaba, que aún seguía sentado en el cuarto piso de su asfixiante casa, mirando de reojo la presencia del último libro que apenas minutos acababa de leer. Un gran libro. Inspiración. Pues a veces te sumerges tanto en una historia, sea en libros, sea de la mano de Hipnos, que se te hace díficil tarea creer que nunca existió.




Quizá por ella gusto de escribirlas, quizá por ello gusto de romper los tiempos verbales. Porque cada historia que leo o escribo, me hacen creer que todo cuanto vivo existe. Más allá de la vida, de Hipnos y del propio Tánatos. Entre realidad y ficción, tópicos y creatividad



No hay comentarios:

Publicar un comentario